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sinequipaje

A vista de pájaro.

La Cerdanya desde el aireNunca había montado en globo. En realidad, lo más lejos que había estado del suelo era en el séptimo piso de casa de mi tía o en alguna que otra montaña rusa. De pequeña solía ver a Willy Fogg reproduciendo los viajes surgidos de la mente de Julio Verne en “La vuelta al mundo en ochenta días”, así que, al final, fue como un sueño hecho realidad.

El verano de 1998, cuando una amiga catalana me sugirió hacer un recorrido turístico, acepté encantada. Era la primera vez que viajaba a Barcelona y tenía muchísimas ganas de verlo todo. Cuando ya estábamos concretando el plan, me aclaró un detalle importante, el viaje era en globo aerostático. Admito que la idea no me hizo mucha gracia en un principio, pero en seguida me animé.

21 de agosto de 1998. Un día soleado y tranquilo. Mi amiga llevaba tres días tratando de convencerme de que cada jornada que pasaba era la idónea para montar en globo, pero yo retrasaba el evento. ¡Con las rachas de viento que corrían…!

Al final llegó el gran día. Partimos de Puigcerdà. La verdad es que impresiona bastante montarte en una cesta... ¡de mimbre! y ver la llamarada de gas tan cerca. Poco a poco el globo trataba de elevarse. El guía desprendió los pesos y nos separamos del suelo.

La sensación es muy extraña. Yo me sentía muy frágil, al libre albedrío del viento. Sobrevolamos la Cerdanya, donde se distinguían pequeños pueblos rodeados de un paisaje verde. También pudimos admirar la omnipresencia de los Pirineos que parecían escudar al paisaje. Como el día estaba muy despejado, alcanzamos también a ver Montserrat, algo que, según nos explicó el guía, no es posible cuando hay nubes.

Montserrat



Tengo que admitir que el trayecto fue precioso. Nunca había estado tan cerca de las nubes. También vimos diferentes aves, que revoloteaban curiosas a nuestro alrededor.

El aterrizaje fue muy tranquilo, aunque bastante tenso para mí. Los cinco tripulantes del globo aerostático (una pareja alemana, mi amiga, el guía y yo) nos dirigimos a una masía típica catalana, donde nos ofrecieron pan tumaca , con embutido y butifarra como almuerzo. Finalmente, brindamos con una copa de cava y nos entregaron un diploma de vuelo que tengo colgado de mi cuarto.

Lo más bonito, sin duda, las fotografías desde el aire.

1 comentario

Eduardo -

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