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UN VIAJE POR LA VÍA LÁCTEA

UN VIAJE POR LA VÍA LÁCTEA

el PrincipitoYo una vez salí al espacio exterior. No sabía qué destino elegir para mis vacaciones y un amigo, un niño con cabellos de oro, me recomendó que visitara diferentes asteroides del Universo. Me prometió que de esta manera vería de forma diferente la Tierra y así fue.

Como nunca aprendí a dibujar, decidí llevar conmigo algunos libros ¡Ah!, por cierto, soy piloto.

Decidí seguir la misma ruta que mi amigo. Él ya me había contado lo que encontró en cada uno de ellos, pero traté de alejarme del recuerdo y mirar cada planeta con una mirada nueva. Como en cada viaje que haces a un lugar desconocido, aprendes cosas nuevas sobre el hombre, diferentes modos de vivir y de soñar.

Mi ruta recorre los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. ASTEROIDES

El primero estaba habitado por un rey. Mi amigo me había dicho que era un rey arrogante, que se creía con capacidad de mandar hasta sobre los bostezos de sus súbditos. El único problema era que en aquel planeta no había nadie más que el rey. Yo, en cambio, me encontré a un rey cansado, cansado y viejo. Cuando llegué, apenas levantó la vista. En sus ojos adiviné que tenía la certeza de que me marcharía sin que él pudiera evitarlo. Pienso que se había dado cuenta de que estaba solo.

Tras un viaje muy corto, llegué al planeta de un vanidoso. Sinceramente, no merece demasiado la pena. El único habitante de este planeta cree que todo el que llega es para admirarle. Te saluda con el sombrero repetidas veces, a mi me recordó a toda esa gente que aparece en televisión como si fuera una estrella sin tener mérito alguno.

La siguiente parada es el planeta de un bebedor. Y digo bien el planeta; cuando yo llegué, no encontré más que la colección de botellas más inmensa que jamás he visto. El bebedor bebía para olvidar, según me contó mi amigo, para olvidar que tenía vergüenza de beber. Ahora, el olvidado era él. Tan ensimismado como estaba en su vicio, no había dejado huella. Sólo el rastro de botellas vacías, botellas que algún día desaparecerían y no quedaría nada.

En el cuarto planeta, conocí al hombre de negocios más atareado que he visto nunca. Desde tiempos insospechados, contaba las estrellas, estrellas que poseía y le convertían en la persona más rica del Universo. Parecía un niño que, aún habiendo crecido, seguía manteniendo sus fantasías de antaño. Contaba, contaba y contaba. Mi visita le molestó bastante, “la quinta interrupción en cincuenta y nueve años”, según me dijo. Seiscientos millones doscientas veinticuatro mil catorce estrellas; una verdadera fortuna. A mí, en cambio, me pareció un hombre bastante pobre.

La verdad es que el viaje cansa bastante. Yo os recomiento que os llevéis un cuaderno donde ir apuntando las impresiones que recojáis. De verdad, se aprende mucho de toda esta gente. Os diría que dedicarais un rato al día a plasmar las impresiones de vuestro viaje en un blog, pero me parece que las conexiones a la Red sin hilos no llegan aún tan lejos.

El siguiente fue el planeta que más me gustó. En él habitaba un farolero. Es un planeta ideal para quienes disfrutan del retiro en pequeños pueblos alejados del ruido. Lo diferente es que, en este caso, lo pequeño era el planeta. Jamás había visto tantas puestas de sol y tan bellas. Según me contó el farolero, el planeta gira cada año más deprisa; en aquel momento daba ya una vuelta cada 50 segundos. Calculad: estuve hablando con este hombre durante una hora (no más, porque lo entretendría demasiado en su trabajo de encender y apagar el farol). Una hora, sesenta minutos. En sesenta minutos, el planeta giró unas setenta veces, es decir, ¡¡¡pasé dos meses enteros en el planeta del farolero!!!. Si queréis unas vacaciones baratas, ¡acudid! Eso sí, si normalmente las vacaciones se nos pasan rápido, en este planeta aún más.

La sexta parada del viaje fue en una planeta mucho mayor que los anteriores. Después de caminar durante una hora, me topé con un anciano que pasaba las páginas de un gran libro en blanco sin parar. Él decía que era geógrafo, un geófrago cuya desgracia era carecer de explorador alguno, por lo que todo su gran trabajo no daba fruto. Un sabio de nada, un experto en desconocimiento, ya qu eno tenía ni idea de si había océanos, montañas o si, por el contrario, su planeta no era más que un gran desierto.

Me queda por visitar el planeta de mi amigo. Me muero de ganas por conocer a su rosa, según él, la más arrogante del Universo entero. En su planeta también hay baobabs, unos árboles gigantescos que amenazan con acabar con su planeta. Con sólo mover una silla se pueden ver cientos de puestas de sol al día y, además, tal vez pueda ver al cordero que le dibujé un día. Me pregunto si aún conservará la caja que le hice para protegerle de las bestias...

el principito en su planeta



Tras esta aventura he llegado a una conclusión: nuestro planeta, la Tierra, está plagada de reyes, bebedores, vanidosos, hombres de negocios... Pero merece la pena darse una vuelta por el Universo, distanciarse, y mirarlos con otros ojos. Tal vez así consigamos poner cada cosa en su sitio.

Para quien quiera más detalles sobre mi viaje, el nombre del guía es Antoine de Saint-Exupéry.

Nota: viaje sólo apto para niños.

1 comentario

puto -

son una cagada